Tú dormías, de Delmira Agustini
Engastada en mis manos fulguraba
como extraña presea, tu cabeza;
yo la ideaba estuches, y preciaba
luz a luz, sombra a sombra su belleza.
En tus ojos tal vez se concentraba
la vida, como un filtro de tristeza
en dos vasos profundos... Yo soñaba
que era una flor de mármol tu cabeza...
Cuando en tu frente nacarada a luna,
como un monstruo en la paz de una laguna
surgió un enorme ensueño taciturno...
¡Ah! tu cabeza me asustó... Fluía
de ella una ignota vida... Parecía
no sé qué mundo anónimo y nocturno...
La Casita
tiene jardín
Dos frente al difunto
De qué murió ?
Exceso de higiene bucal
Ah...
Muerte dolorosa ?
Depende
De qué...?
Del poder corrosivo de la pasta dental
Ah...
Y usted cómo sabe?
Fuí su odontólogo de cabecera los últimos cuarenta años
Ah...
Y la policía no lo investigó a usted?
Salvo yo, nadie sabe la verdadera razón de su muerte
Ah...
Usted usa la misma pasta dental?
Mi dentadura es una prótesis
Ah...
Aquí tiene, sírvase, una muestra gratis de la mejor pasta dentífrica
Gracias, no me lavo los dientes
Ah, entiendo, tiene dientes postizos.
Buenas noches doctor
Buenas noches, y recuerde,
nunca se lave los dientes,
solo así estamos a salvo.
De qué murió ?
Exceso de higiene bucal
Ah...
Muerte dolorosa ?
Depende
De qué...?
Del poder corrosivo de la pasta dental
Ah...
Y usted cómo sabe?
Fuí su odontólogo de cabecera los últimos cuarenta años
Ah...
Y la policía no lo investigó a usted?
Salvo yo, nadie sabe la verdadera razón de su muerte
Ah...
Usted usa la misma pasta dental?
Mi dentadura es una prótesis
Ah...
Aquí tiene, sírvase, una muestra gratis de la mejor pasta dentífrica
Gracias, no me lavo los dientes
Ah, entiendo, tiene dientes postizos.
Buenas noches doctor
Buenas noches, y recuerde,
nunca se lave los dientes,
solo así estamos a salvo.
Ardid, mi primer experiencia
Urgencia
los ojos en humo
insisto:
"Dale, mirame!
Te ruego que dejes todo,
que olvides el pasado y me sigas"
eterno el instante
y al fin:
asiente
acomodo el cilindro
entramos por cada extremo
un destello y en el eco, su grito
precipitados al final del tunel
abrazados,
salto al vacío.
¡Llegamos! Aire puro,
haciendo pie en la lona
su palpitar se congela:
"¡Atención! ¡Atención!
¡Esto es un simulacro!
Repito..."
Urgencia
los ojos en humo
insisto:
"Dale, mirame!
Te ruego que dejes todo,
que olvides el pasado y me sigas"
eterno el instante
y al fin:
asiente
acomodo el cilindro
entramos por cada extremo
un destello y en el eco, su grito
precipitados al final del tunel
abrazados,
salto al vacío.
¡Llegamos! Aire puro,
haciendo pie en la lona
su palpitar se congela:
"¡Atención! ¡Atención!
¡Esto es un simulacro!
Repito..."
Ángelus, de Mario Benedetti
Quien me iba a decir que el destino era esto.
Ver la lluvia a través de letras invertidas,
Un paredón con manchas que parecen prohombres,
El techo de los ómnibus brillantes como peces
Y esa melancolía que impregna las bocinas.
Aquí no hay cielo,
Aquí no hay horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
Y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
Siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
Y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
Por que no queda bien que la tinta se corra.
Quien me iba a decir que el destino era esto.
Ver la lluvia a través de letras invertidas,
Un paredón con manchas que parecen prohombres,
El techo de los ómnibus brillantes como peces
Y esa melancolía que impregna las bocinas.
Aquí no hay cielo,
Aquí no hay horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
Y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
Siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
Y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
Por que no queda bien que la tinta se corra.
Aura
Esta noche el lago trae un reflejo nuevo,
lo acerca a la orilla
a besar las hojas de las ramas.
Finas ondas de agua oscura
en su juego el brillo asoma
encandila, descanso los remos
se detiene el tiempo
Una voz emerge,
femenil, late,
un haz entre sombras
resquebraja el aire,
el estruendo llega, lejano,
elocuencia en el suave oleaje
Calma, más que silencio,
la Luna retiró el misterio,
para mi, para cada alma,
para siempre,
el lago entero resplandece
en ánima de mujer,
en corazón
de Madre
Esta noche el lago trae un reflejo nuevo,
lo acerca a la orilla
a besar las hojas de las ramas.
Finas ondas de agua oscura
en su juego el brillo asoma
encandila, descanso los remos
se detiene el tiempo
Una voz emerge,
femenil, late,
un haz entre sombras
resquebraja el aire,
el estruendo llega, lejano,
elocuencia en el suave oleaje
Calma, más que silencio,
la Luna retiró el misterio,
para mi, para cada alma,
para siempre,
el lago entero resplandece
en ánima de mujer,
en corazón
de Madre
La grieta, de Julia Magistratti
Donde yo veía una grieta
un albañil me dijo “la casa ha trabajado”.
Hay agujeros en las personas
sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro.
Lugares sin abrigo adonde acude el lenguaje
con su instante de fuga,
su residuo desesperado.
“La vida ha trabajado”, le digo,
y me observo las manos solas,
toco esta cabeza que por la madrugada escucha a los gallos
delatar la cartografía de un pueblo a oscuras.
Las ratas que hacen surcos para llegar a alguna parte.
Los alimentos que desovan en la oscuridad del estómago.
“El olvido ha trabajado”, me digo
y cierro los ojos que dan a otros ojos,
reúno los caminos que nos vieron pasar.
Como si alguna vez volviera la primera vez de todo,
y yo fuera una grieta que anda por el aire y que aún
no encontró la casa.
Donde yo veía una grieta
un albañil me dijo “la casa ha trabajado”.
Hay agujeros en las personas
sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro.
Lugares sin abrigo adonde acude el lenguaje
con su instante de fuga,
su residuo desesperado.
“La vida ha trabajado”, le digo,
y me observo las manos solas,
toco esta cabeza que por la madrugada escucha a los gallos
delatar la cartografía de un pueblo a oscuras.
Las ratas que hacen surcos para llegar a alguna parte.
Los alimentos que desovan en la oscuridad del estómago.
“El olvido ha trabajado”, me digo
y cierro los ojos que dan a otros ojos,
reúno los caminos que nos vieron pasar.
Como si alguna vez volviera la primera vez de todo,
y yo fuera una grieta que anda por el aire y que aún
no encontró la casa.
El nombre de la flor
I
Él yace contra la roca,
desde esa ladera trasciende la leyenda,
los Dioses de los cuatro vientos
vencidos por la entraña de un amor.
Las enviadas protectoras, cerca de sucumbir,
imploran una señal que niegue la agonía,
animan a tu alma,
en cisma los sentidos
Más allá del silencio mustio,
se siente,
aún hay más.
Ella te espera
Un soplo ligero arrastra polvo a tu huella, entonces,
las madrinas encarnan la ofrenda:
la flor, a Dios se encomienda,
a duras penas la abubilla desprende un pétalo
y en vuelo raso de último adios,
lo deja caer sobre tu pecho amante.
Ella te inspira, alienta otro intento,
mas, aun con tus agallas, sucede
Se empaña el horizonte,
un fresco rocío con dejo a lágrimas,
bautiza tu corazón
con la fragancia de su nombre:
"No me olvides"
II
Tras la estela de los héroes,
una abubilla joven
desciende al paraje de honor latente,
entre despojos intuye su misión
A la distancia,
la tormenta de polvo ha cesado,
en busca de ramas y hierbas
las manos prestas a la cena
Ella es ansiedad, hambre, esperanza,
en la cueva el eco agiganta el ruido de las chispas
de un fuego que cocina un caldo para dos
Con la última claridad
el ave toma en su pico aquella flor mutilada
y se alza en raudo vuelo
A ciegas sobrevuela la meseta,
tras los matojos pierde altura
y un débil aroma guía el final del cometido
Ella se relame con unos sorbos
se espanta por un brillo que entra veloz
cuando las alas planean al fuego,
ya en tierra el pájaro gorjea y del pico,
la flor al suelo
Se arrodilla
se ahoga el nombre de su amado
sus manos juntas abrazan al hombre
llevando la flor a su pecho
I
Él yace contra la roca,
desde esa ladera trasciende la leyenda,
los Dioses de los cuatro vientos
vencidos por la entraña de un amor.
Las enviadas protectoras, cerca de sucumbir,
imploran una señal que niegue la agonía,
animan a tu alma,
en cisma los sentidos
Más allá del silencio mustio,
se siente,
aún hay más.
Ella te espera
Un soplo ligero arrastra polvo a tu huella, entonces,
las madrinas encarnan la ofrenda:
la flor, a Dios se encomienda,
a duras penas la abubilla desprende un pétalo
y en vuelo raso de último adios,
lo deja caer sobre tu pecho amante.
Ella te inspira, alienta otro intento,
mas, aun con tus agallas, sucede
Se empaña el horizonte,
un fresco rocío con dejo a lágrimas,
bautiza tu corazón
con la fragancia de su nombre:
"No me olvides"
II
Tras la estela de los héroes,
una abubilla joven
desciende al paraje de honor latente,
entre despojos intuye su misión
A la distancia,
la tormenta de polvo ha cesado,
en busca de ramas y hierbas
las manos prestas a la cena
Ella es ansiedad, hambre, esperanza,
en la cueva el eco agiganta el ruido de las chispas
de un fuego que cocina un caldo para dos
Con la última claridad
el ave toma en su pico aquella flor mutilada
y se alza en raudo vuelo
A ciegas sobrevuela la meseta,
tras los matojos pierde altura
y un débil aroma guía el final del cometido
Ella se relame con unos sorbos
se espanta por un brillo que entra veloz
cuando las alas planean al fuego,
ya en tierra el pájaro gorjea y del pico,
la flor al suelo
Se arrodilla
se ahoga el nombre de su amado
sus manos juntas abrazan al hombre
llevando la flor a su pecho
Otoño
Dicen que marcha en silencio,
que trae noches más largas,
que infunde sabiduría.
Y tanto que dicen, es cierto
El otoño irradia su andar cansino,
se rebela al vértigo sin sentido
anunciando a cada rato
un crepúsculo que no llega
Del súbito regocijo de tormenta
al goce de sus tardes grises,
de lluvia anclada,
entrelaza palabras que el ave urbana desanda,
a los saltos
cuando la tromba acaba
Osado en danza temprana,
huye antes de enamorar
con la promesa de su mejor pincelada
Descansa la esperanza del reencuentro,
bajo mi amparo estan sus bríos,
un gorrión atrevido
a mi oído su secreto:
"Ya desborda mi latido,
¡A volar! Y muchos brincos"
Dicen que marcha en silencio,
que trae noches más largas,
que infunde sabiduría.
Y tanto que dicen, es cierto
El otoño irradia su andar cansino,
se rebela al vértigo sin sentido
anunciando a cada rato
un crepúsculo que no llega
Del súbito regocijo de tormenta
al goce de sus tardes grises,
de lluvia anclada,
entrelaza palabras que el ave urbana desanda,
a los saltos
cuando la tromba acaba
Osado en danza temprana,
huye antes de enamorar
con la promesa de su mejor pincelada
Descansa la esperanza del reencuentro,
bajo mi amparo estan sus bríos,
un gorrión atrevido
a mi oído su secreto:
"Ya desborda mi latido,
¡A volar! Y muchos brincos"
Oda a Carpenter
Desde el calor del útero se eleva,
lenta marcha a la nube de tus días,
crece con pasión y alegría,
aunque muerda la Argentina
está fuerte la raíz
La aventura se hace trizas
y a pesar de las cenizas
cuando hay una disputa
de la nada surge un Puente
pincelando la paz en gris
Un sinfín de personajes
viaja en camión al Sur,
no hay mal que por bien no venga,
uno escribe ya en la vuelta,
al otro le inspira el ir
Bella Estela en el firmamento,
y aunque el bosque sea de Robles,
una mueca se me escapa,
Ay! Oveja descarriada,
cuánto añoro tu elixir
Da sabor al almuerzo,
y al futbol, su talento,
amistad a corazón abierto
aquel vozarrón de Elías,
cada noche me da vida
Nueva etapa sin equilibrio,
nadie quiere despertar,
sumido en la vorágine,
Ay! Patria mía,
quisiera volver atrás
Desde el calor del útero se eleva,
lenta marcha a la nube de tus días,
crece con pasión y alegría,
aunque muerda la Argentina
está fuerte la raíz
La aventura se hace trizas
y a pesar de las cenizas
cuando hay una disputa
de la nada surge un Puente
pincelando la paz en gris
Un sinfín de personajes
viaja en camión al Sur,
no hay mal que por bien no venga,
uno escribe ya en la vuelta,
al otro le inspira el ir
Bella Estela en el firmamento,
y aunque el bosque sea de Robles,
una mueca se me escapa,
Ay! Oveja descarriada,
cuánto añoro tu elixir
Da sabor al almuerzo,
y al futbol, su talento,
amistad a corazón abierto
aquel vozarrón de Elías,
cada noche me da vida
Nueva etapa sin equilibrio,
nadie quiere despertar,
sumido en la vorágine,
Ay! Patria mía,
quisiera volver atrás
Doy por vivido todo lo soñado, de Isidora Aguirre
ENTREPARÉNTESIS
(Cierre paréntesis)
"Cuidate de no contar el final de nada. Así todo puede recomenzar."
Es mi hermana Palmira la que habla. O más bien, su imagen en el espejo.
Quizás este relato pueda detenerse
en la fascinación de Laura ante su rosa encarnada,
despues de llorar tantos esposos como los que perdió en una sola noche.
O en las cábalas de su bisabuela Isolda para resucitar al Coronel.
O en los clamores de mi hermana Palmira
rescatando los tiempos míticos de su amor por Lorenzo.
"Como siempre lo más importante queda por decir -me grita, ya lejana,
desde la luna de su espejo. Y despues de reflexionar, añade-:
Porque lo más importante es que..."
Su imagen ya borrosa, se extingue.
Y la voz de Laura, navegando en una bola de atmósfera,
surge con esos agudos cantarinos de proyectarse lejos:
"¡Demos por ganado todo lo perdido... y por recibido todo lo esperado...!"
ENTREPARÉNTESIS
(Cierre paréntesis)
"Cuidate de no contar el final de nada. Así todo puede recomenzar."
Es mi hermana Palmira la que habla. O más bien, su imagen en el espejo.
Quizás este relato pueda detenerse
en la fascinación de Laura ante su rosa encarnada,
despues de llorar tantos esposos como los que perdió en una sola noche.
O en las cábalas de su bisabuela Isolda para resucitar al Coronel.
O en los clamores de mi hermana Palmira
rescatando los tiempos míticos de su amor por Lorenzo.
"Como siempre lo más importante queda por decir -me grita, ya lejana,
desde la luna de su espejo. Y despues de reflexionar, añade-:
Porque lo más importante es que..."
Su imagen ya borrosa, se extingue.
Y la voz de Laura, navegando en una bola de atmósfera,
surge con esos agudos cantarinos de proyectarse lejos:
"¡Demos por ganado todo lo perdido... y por recibido todo lo esperado...!"
Brillo opaco
Hilo de néctar
en tus labios,
sobre tu piel,
ni el viento
ni el fuego
ni el agua lo harán desaparecer,
dorado equinoccio de otoño
sella el destino al nacer
Ángel, esperanza
misterio de la fé,
sonríe el santo
unge la frente
tus ojos soñando
Sol y Luna
anuncian el designio,
a la incógnita del niño
a tu voz que crece
la llama que desvanece
en el gris del tiempo
un espacio incierto,
a la vera de un anochecer
Hilo de néctar
en tus labios,
sobre tu piel,
ni el viento
ni el fuego
ni el agua lo harán desaparecer,
dorado equinoccio de otoño
sella el destino al nacer
Ángel, esperanza
misterio de la fé,
sonríe el santo
unge la frente
tus ojos soñando
Sol y Luna
anuncian el designio,
a la incógnita del niño
a tu voz que crece
la llama que desvanece
en el gris del tiempo
un espacio incierto,
a la vera de un anochecer
Doy por vivido todo lo soñado, de Isidora Aguirre
ENTREPARÉNTESIS
(Abre paréntesis)
- Conviene adentrarse con cautela en los laberintos de la memoria,
tanteando huellas y buscando la puerta precisa.
De otro modo corres el riesgo de convertirte en asesina de recuerdos.
Es mi hermana Palmira la que habla.
Aunque mi hermana Palmira fue inscrita en los registros al nacer
-como los demás hijos de Laura Cupper-,
hoy parece tener carta de ciudadanía en regiones menos accesibles.
Seguramente perdió pie en la realidad cuando partió en búsqueda de sus tiempos míticos.
O quizá sea la última descendiente de una casta de rumiantes -casta ya perdida-,
de los que rechazan el diario acontecer para refugiarse en las reminiscencias.
- Mi porvenir son los recuerdos -me dice.
- Cuidado -le advierto-, las aguas estancadas no calman la sed.
- Es mejor que nada -me responde-. ¡Date prisa en rescatar lo que puedas!
Estan fusilando afuera, no sea que nos fusilen tambien la magia:
¡Podríamos acostumbrarnos a vivir sin la poesía!
-Y antes de regresar al espejo donde dice que habita, me ruega-:
Y no dejes de mencionar en tus escritos mi amor por Lorenzo.
- Tendrás que aguardar -le digo.
En la mariposa de luz que revolotea en torno a mi lámpara
adivino la presencia de Laura Cupper, nuestra madre,
animándonos en esta empresa y recomendando que no se nos olvide contar esto y aquello, que hablemos del Coronel,
de doña Isolda, de sus maestros de pintura, en fin,
que no importa si se mezcla lo vivido y lo soñado, pero que cuenten...
- ¡Cuenten lo más posible...! -dice su voz lejana.
ENTREPARÉNTESIS
(Abre paréntesis)
- Conviene adentrarse con cautela en los laberintos de la memoria,
tanteando huellas y buscando la puerta precisa.
De otro modo corres el riesgo de convertirte en asesina de recuerdos.
Es mi hermana Palmira la que habla.
Aunque mi hermana Palmira fue inscrita en los registros al nacer
-como los demás hijos de Laura Cupper-,
hoy parece tener carta de ciudadanía en regiones menos accesibles.
Seguramente perdió pie en la realidad cuando partió en búsqueda de sus tiempos míticos.
O quizá sea la última descendiente de una casta de rumiantes -casta ya perdida-,
de los que rechazan el diario acontecer para refugiarse en las reminiscencias.
- Mi porvenir son los recuerdos -me dice.
- Cuidado -le advierto-, las aguas estancadas no calman la sed.
- Es mejor que nada -me responde-. ¡Date prisa en rescatar lo que puedas!
Estan fusilando afuera, no sea que nos fusilen tambien la magia:
¡Podríamos acostumbrarnos a vivir sin la poesía!
-Y antes de regresar al espejo donde dice que habita, me ruega-:
Y no dejes de mencionar en tus escritos mi amor por Lorenzo.
- Tendrás que aguardar -le digo.
En la mariposa de luz que revolotea en torno a mi lámpara
adivino la presencia de Laura Cupper, nuestra madre,
animándonos en esta empresa y recomendando que no se nos olvide contar esto y aquello, que hablemos del Coronel,
de doña Isolda, de sus maestros de pintura, en fin,
que no importa si se mezcla lo vivido y lo soñado, pero que cuenten...
- ¡Cuenten lo más posible...! -dice su voz lejana.
El gerundio de los días
Animado al laberinto,
voy corriendo
engarzado en un
no corras más
La luz guía al ensueño
por veredas amplias
noche pura del fervor,
de la esperanza
Basta la canción que viaja,
valga ese tambor que endulza la orilla,
ese todo inabarcable
entre las líneas de la palma
Al sortear el destino
estaría buscando
engarzado en un
no busques más
La mariposa ama en la jungla,
su sombra ondea
tenaz ante la brisa
goza el candor, aleando
De pronto, el tiempo está quieto
entonces,
hay mucho más que un
mientras tanto
Animado al laberinto,
voy corriendo
engarzado en un
no corras más
La luz guía al ensueño
por veredas amplias
noche pura del fervor,
de la esperanza
Basta la canción que viaja,
valga ese tambor que endulza la orilla,
ese todo inabarcable
entre las líneas de la palma
Al sortear el destino
estaría buscando
engarzado en un
no busques más
La mariposa ama en la jungla,
su sombra ondea
tenaz ante la brisa
goza el candor, aleando
De pronto, el tiempo está quieto
entonces,
hay mucho más que un
mientras tanto
Contradictorio en el estar
Estabas andando en bicicleta
y despues,
sentada en el umbral de una casa
merienda con torta
de fiesta el semblante
Estabas por estar contenta,
y pensabas un "por qué"
sin importancia,
repentino, fugaz
Otra vez esas calles, tarde clara,
me alejo
no quiero verte, ni hablar,
hay un aire para estar
Quiero buscarte
y no encontrarte, como un secreto
guardar tu voz diciendo:
"café",
no quiero tenerte
quiero seguir amándote
Muy alto, volando,
es así como te veo en sueños
yendo a buscar qué... adónde,
en bicicleta
El tiempo es hoy.
No. Es ahora.
Hay un monstruo
que perdura en mi, diciendo:
"te amo"
Estabas andando en bicicleta
y despues,
sentada en el umbral de una casa
merienda con torta
de fiesta el semblante
Estabas por estar contenta,
y pensabas un "por qué"
sin importancia,
repentino, fugaz
Otra vez esas calles, tarde clara,
me alejo
no quiero verte, ni hablar,
hay un aire para estar
Quiero buscarte
y no encontrarte, como un secreto
guardar tu voz diciendo:
"café",
no quiero tenerte
quiero seguir amándote
Muy alto, volando,
es así como te veo en sueños
yendo a buscar qué... adónde,
en bicicleta
El tiempo es hoy.
No. Es ahora.
Hay un monstruo
que perdura en mi, diciendo:
"te amo"
Afterglow, de Jorge Luis Borges
Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía es
aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.
Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía es
aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.
Recuerdo la lluvia
Un cortado.
El bar es un limbo de espacio ingrávido.
Se mezclan las percepciones, de a poco me invade una nostalgia rara,
tanta expectativa y finalmente: no llovió.
La naturaleza vence con su carta de triunfo, la sorpresa.
Habían pronosticado un temporal y granizo, pero nada.
Desencanto en los amantes de la lluvia
que se quedaron con el piloto puesto mirando por la ventana,
otros, salimos a buscar una explicación bajo el cielo encapotado,
indagando en las nubes con ese deseo que genera palpitaciones,
con los ojos muy abiertos, tan grande que impresiona y logran redondear el rostro,
y que la cara se desprenda del cuerpo y flote como un ente
a merced de la buena ventura.
¡Como una gota de lluvia!
La lluvia que no fue. La recuerdo ahora
con la necesidad de mojarme desnudo en medio de la calle, como aquella vez,
de cara al cielo una cascada de gotas frescas, tantas atravesando el aire,
anteponiéndose a la luz,
desdibujando la realidad del que camina mojado
con la gota que le pende de la nariz y la ropa toda lluviada
pesando tanto y más a cada paso.
Recuerdo ese frío en el cuerpo empapado,
el papiro que había sido un billete de diez,
la sonrisa cómplice con ella,
que lleva su cartera chorreando y el maquillaje arrastrado por una gota hasta el mentón.
Recuerdo sus zapatos enganchados a la mano,
su temor a caerse,
su mirada ansiosa y el misterio de una voluntad
que no sé adónde la lleva, pero va,
sigue adelante a pesar de la lluvia y el viento,
la recuerdo empecinada empujando con su pecho,
venciendo con las piernas y los brazos la fuerza del torrente que cubre la calle.
El agua ocupando el espacio de la noche,
dueña de todo tiempo, muy bien lo recuerdo...
Hace frío,
el vapor que empaña la ventana me adentra al cuadro,
a esas luces pintadas en el brillo del asfalto.
Escribo sobre el vidrio un verso de Spinetta;
la lluvia anhelada aún repica
ensalza mi voz maltrecha,
su eco deviene en mansa melodía rockera.
Un cortado.
El bar es un limbo de espacio ingrávido.
Se mezclan las percepciones, de a poco me invade una nostalgia rara,
tanta expectativa y finalmente: no llovió.
La naturaleza vence con su carta de triunfo, la sorpresa.
Habían pronosticado un temporal y granizo, pero nada.
Desencanto en los amantes de la lluvia
que se quedaron con el piloto puesto mirando por la ventana,
otros, salimos a buscar una explicación bajo el cielo encapotado,
indagando en las nubes con ese deseo que genera palpitaciones,
con los ojos muy abiertos, tan grande que impresiona y logran redondear el rostro,
y que la cara se desprenda del cuerpo y flote como un ente
a merced de la buena ventura.
¡Como una gota de lluvia!
La lluvia que no fue. La recuerdo ahora
con la necesidad de mojarme desnudo en medio de la calle, como aquella vez,
de cara al cielo una cascada de gotas frescas, tantas atravesando el aire,
anteponiéndose a la luz,
desdibujando la realidad del que camina mojado
con la gota que le pende de la nariz y la ropa toda lluviada
pesando tanto y más a cada paso.
Recuerdo ese frío en el cuerpo empapado,
el papiro que había sido un billete de diez,
la sonrisa cómplice con ella,
que lleva su cartera chorreando y el maquillaje arrastrado por una gota hasta el mentón.
Recuerdo sus zapatos enganchados a la mano,
su temor a caerse,
su mirada ansiosa y el misterio de una voluntad
que no sé adónde la lleva, pero va,
sigue adelante a pesar de la lluvia y el viento,
la recuerdo empecinada empujando con su pecho,
venciendo con las piernas y los brazos la fuerza del torrente que cubre la calle.
El agua ocupando el espacio de la noche,
dueña de todo tiempo, muy bien lo recuerdo...
Hace frío,
el vapor que empaña la ventana me adentra al cuadro,
a esas luces pintadas en el brillo del asfalto.
Escribo sobre el vidrio un verso de Spinetta;
la lluvia anhelada aún repica
ensalza mi voz maltrecha,
su eco deviene en mansa melodía rockera.
Jamás Siempre
No quiero sentirme
no quiero soñar,
ya no, ya tuve tanto,
es hora de que duermas y de verte sentir,
de contemplar cómo lloras por una pavada
en seguida volar a conocerte
y que me provoque risa, y llanto,
que vuelvas a esa calle vacía
y te despierten ternura los recuerdos
que descubras el misterio,
despues besar el cielo y despues,
despues decir
jamás
Voy a verte siempre,
como un agua pura que vuelve a la cima
voy a verte...
siempre,
cuando tu sonrisa sea la cena
y mis labios hayan besado el olvido,
voy a verte en mis manos
en el reflejo del té caliente,
verte flotando en la nube rosácea del cascarón de la niña
esa niña de los ojos del final,
esa niña que para mi es decir
siempre
No quiero sentirme
no quiero soñar,
ya no, ya tuve tanto,
es hora de que duermas y de verte sentir,
de contemplar cómo lloras por una pavada
en seguida volar a conocerte
y que me provoque risa, y llanto,
que vuelvas a esa calle vacía
y te despierten ternura los recuerdos
que descubras el misterio,
despues besar el cielo y despues,
despues decir
jamás
Voy a verte siempre,
como un agua pura que vuelve a la cima
voy a verte...
siempre,
cuando tu sonrisa sea la cena
y mis labios hayan besado el olvido,
voy a verte en mis manos
en el reflejo del té caliente,
verte flotando en la nube rosácea del cascarón de la niña
esa niña de los ojos del final,
esa niña que para mi es decir
siempre
Buenos Aires, por acá
Chacarita, hereda ese aire de taitas esmerados,
por siempre, ese silencio proverbial
que cesa con la voz de los nietos,
o cuando la memoria de los nobles
sobrevuela sus plazas
en aroma de eucalipto y rumor de tambores.
Allí permanezco,
en esos pasos mi sombra es más ancha.
Villa Crespo trasnocha entreverado
la bohemia de porteños porfiados,
los hay quienes truecan, otros,
envalentonados tiza en mano,
sueñan su música despiertos
ante tanta carambola.
Sin duda estoy allí,
le pertenezco.
Colegiales tiene mucho de ambos
es pintoresco como ninguno de ellos,
su armonía es el culto a los colores,
a su gracia, a su propia poesía.
Es mi lugar
y lo seguirá siendo,
es el lugar,
de mi hoy más sentido.
En las veredas de estos barrios,
simplemente, vaga mi libertad.
Chacarita, hereda ese aire de taitas esmerados,
por siempre, ese silencio proverbial
que cesa con la voz de los nietos,
o cuando la memoria de los nobles
sobrevuela sus plazas
en aroma de eucalipto y rumor de tambores.
Allí permanezco,
en esos pasos mi sombra es más ancha.
Villa Crespo trasnocha entreverado
la bohemia de porteños porfiados,
los hay quienes truecan, otros,
envalentonados tiza en mano,
sueñan su música despiertos
ante tanta carambola.
Sin duda estoy allí,
le pertenezco.
Colegiales tiene mucho de ambos
es pintoresco como ninguno de ellos,
su armonía es el culto a los colores,
a su gracia, a su propia poesía.
Es mi lugar
y lo seguirá siendo,
es el lugar,
de mi hoy más sentido.
En las veredas de estos barrios,
simplemente, vaga mi libertad.
El computador que quería vivir o Se me cayó el sistema
La interneta no funciona y ya no es mío el quicio del Barón.
Levanto la persiana y arrojo el computador por el ventanal,
bajo la escalera y al liegar a la calie vierto sobre él, por completo el contenido del bidón,
detecto que no tengo fósforos, entro al edificio y subo presuroso los tres pisos,
entro a la casa, cojo la caja de cerilias y bajo igual de presuroso que subí;
de nuevo en la calie sin aliento hago una pausa, me paro frente al computador,
me relajo y logro el impulso asesino;
abro la caja saco un fósforo lo froto se enciende, y lo arrojo sobre el computador.
¡Qué momento sublime!
Algunos datos se asoman, tosen e imploran piedad pero giro y les muestro mi torso
que está tan indignado como yo.
De la unidad de CD sale una voz extraña, aguda, que implora: "Formatéame",
y algo más que no logro entender,
entonces lo miro y le digo:
"Sé que no es vuestra culpa, pero tampoco os hagáis la víctima".
El humo y el olor me hacen retroceder, observo que las liamas desdibujan su nombre
y como en un acto de brujería
aparecen de en medio del fuego imágenes de algunos de nuestros mejores momentos.
"La puta que esto es fuerte", me digo, mientras miro de reojo si la pizzería esta abierta,
reviso en el bolsilio y encuentro que la felicidad existe: un biliete salvador;
cruzo la calie, entro al negocio de comidas y compro una chica de fugazzeta reliena.
Vuelvo, y antes de entrar emprendo contra el computador quemado
infringiéndole un patadón que, otra que Messi,
tan intenso el dolor de la punta de mis dedos
que liega como un latigazo hasta la base del cerebelo pero no me importa,
la bronca me lieva a propinarle otro, a escupirle y finalmente subo a comer la pizza.
Minutos más tarde terminada la cena,
ensimismado ante la belieza de la muzzarella pegada al cartón,
embriagado aún por su aroma, mis ojos comienzan a danzar el baile del dormilón,
el cual consiste en un arrítmico subir y bajar los párpados
logrando que la luz aparezca y desaparezca.
Me duermo, lo cual corroboro luego,
cuando despierto con la piel de mi rostro liena de cebolia y muzzarella,
logro despegar mi mejilia de la porción de pizza,
la cual me mira, y con un gesto de madre abusada por los años
me invita a que la guarde en la caja,
entonces, con la misma delicadeza con que se acaricia una rosa, lo hago.
Desde el ventanal me asomo para ver si el computador aún yace en la vereda,
y efectivamente está,
pero ahora junto a la pared
(evidentemente a alguien le molestó que estuviera en medio de la vereda, pienso),
no bajo a verlo y me digo: "Que se la aguante".
Enciendo el artefacto que emite transmisiones deportivas y otro tipo de transmisiones,
y me dispongo cómodamente en el silión.
Al rato el calor me propone ir a buscar una cerveza al refrigerador, lo hago,
y grande mi sorpresa cuando veo que ni una de elias,
de las tres que había en la hieladora, ninguna esta allí.
Tranquilo sin alborotarme, cojo el vuelto de la pizzería y bajo a comprar una cerveza;
al pasar, noto que el computador aún con vida me mira con desdén,
pero yo me hago el que no lo veo y sigo derecho al almacén.
Vuelvo con la cerveza,
un saltito me ubica sobre el umbral de la entrada,
me detengo y manteniéndome erguido y con la vista al frente,
le dedico un opulento canto de ópera con vocales alargadas: "puto".
Levanto la persiana y arrojo el computador por el ventanal,
bajo la escalera y al liegar a la calie vierto sobre él, por completo el contenido del bidón,
detecto que no tengo fósforos, entro al edificio y subo presuroso los tres pisos,
entro a la casa, cojo la caja de cerilias y bajo igual de presuroso que subí;
de nuevo en la calie sin aliento hago una pausa, me paro frente al computador,
me relajo y logro el impulso asesino;
abro la caja saco un fósforo lo froto se enciende, y lo arrojo sobre el computador.
¡Qué momento sublime!
Algunos datos se asoman, tosen e imploran piedad pero giro y les muestro mi torso
que está tan indignado como yo.
De la unidad de CD sale una voz extraña, aguda, que implora: "Formatéame",
y algo más que no logro entender,
entonces lo miro y le digo:
"Sé que no es vuestra culpa, pero tampoco os hagáis la víctima".
El humo y el olor me hacen retroceder, observo que las liamas desdibujan su nombre
y como en un acto de brujería
aparecen de en medio del fuego imágenes de algunos de nuestros mejores momentos.
"La puta que esto es fuerte", me digo, mientras miro de reojo si la pizzería esta abierta,
reviso en el bolsilio y encuentro que la felicidad existe: un biliete salvador;
cruzo la calie, entro al negocio de comidas y compro una chica de fugazzeta reliena.
Vuelvo, y antes de entrar emprendo contra el computador quemado
infringiéndole un patadón que, otra que Messi,
tan intenso el dolor de la punta de mis dedos
que liega como un latigazo hasta la base del cerebelo pero no me importa,
la bronca me lieva a propinarle otro, a escupirle y finalmente subo a comer la pizza.
Minutos más tarde terminada la cena,
ensimismado ante la belieza de la muzzarella pegada al cartón,
embriagado aún por su aroma, mis ojos comienzan a danzar el baile del dormilón,
el cual consiste en un arrítmico subir y bajar los párpados
logrando que la luz aparezca y desaparezca.
Me duermo, lo cual corroboro luego,
cuando despierto con la piel de mi rostro liena de cebolia y muzzarella,
logro despegar mi mejilia de la porción de pizza,
la cual me mira, y con un gesto de madre abusada por los años
me invita a que la guarde en la caja,
entonces, con la misma delicadeza con que se acaricia una rosa, lo hago.
Desde el ventanal me asomo para ver si el computador aún yace en la vereda,
y efectivamente está,
pero ahora junto a la pared
(evidentemente a alguien le molestó que estuviera en medio de la vereda, pienso),
no bajo a verlo y me digo: "Que se la aguante".
Enciendo el artefacto que emite transmisiones deportivas y otro tipo de transmisiones,
y me dispongo cómodamente en el silión.
Al rato el calor me propone ir a buscar una cerveza al refrigerador, lo hago,
y grande mi sorpresa cuando veo que ni una de elias,
de las tres que había en la hieladora, ninguna esta allí.
Tranquilo sin alborotarme, cojo el vuelto de la pizzería y bajo a comprar una cerveza;
al pasar, noto que el computador aún con vida me mira con desdén,
pero yo me hago el que no lo veo y sigo derecho al almacén.
Vuelvo con la cerveza,
un saltito me ubica sobre el umbral de la entrada,
me detengo y manteniéndome erguido y con la vista al frente,
le dedico un opulento canto de ópera con vocales alargadas: "puto".
La sombra del clavo en la pared
Acaso nuestra eternidad
sea disfrutar este momento
audaz, incontenible,
iluminando el cielo
Te veo como un mecenas desnudo y gris
ante la envidia del apostado enfrente,
sosten del antiguo cuadro
muerto, ultrajado, demente
Desde el ventanal un halo ambar
embriaga con su tibieza,
la emoción palpita
me hace sentir bella
Muta mi ánimo y ya
no importa nada más,
no somos clavo y sombra,
juntos, remanso en el mar
Nuestro fluir latiendo,
la casa vacía,
aventura sin tiempo,
un angel nos guía
¿Desde cuándo te amo?
¿Qué es el tiempo para un alma?
¿Cúanto que cobijas mis sentidos
cual tesoro de hada blanca?
Por la noche con afán me ansías,
el tiempo es nueva perspectiva,
luz que alberga el auspicio,
el placer que seamos uno, en esta hermosa vida
sea disfrutar este momento
audaz, incontenible,
iluminando el cielo
Te veo como un mecenas desnudo y gris
ante la envidia del apostado enfrente,
sosten del antiguo cuadro
muerto, ultrajado, demente
Desde el ventanal un halo ambar
embriaga con su tibieza,
la emoción palpita
me hace sentir bella
Muta mi ánimo y ya
no importa nada más,
no somos clavo y sombra,
juntos, remanso en el mar
Nuestro fluir latiendo,
la casa vacía,
aventura sin tiempo,
un angel nos guía
¿Desde cuándo te amo?
¿Qué es el tiempo para un alma?
¿Cúanto que cobijas mis sentidos
cual tesoro de hada blanca?
Por la noche con afán me ansías,
el tiempo es nueva perspectiva,
luz que alberga el auspicio,
el placer que seamos uno, en esta hermosa vida
Déconcertés
La casa está en una región alta,
desde el dormitorio se alcanza a ver el río,
es amplia, y su refinado estilo le ha logrado un espíritu propio.
Son las nueve, Thomas repasa la agenda mientras guarda documentos en el portafolios.
Edith, con su habitual esmero,
prepara tostadas y dispone en la mesa dulces y otras delicias,
aunque desde hace algunas semanas, Régine, la señora de la casa, cambió su costumbre,
ahora, temprano, se da una ducha, baja a saludar y por unos sorbos de café,
y vuelve al cuarto a untarse cosméticos y aceite para la piel.
Las migas esparcidas y el café au lait abandonado en la taza por el apuro en salir
completan el paisaje de una rutina con estimulantes y poco descanso;
un rato despues de haberse ido, Thomas vuelve a buscar un juego de llaves,
su prisa contrasta con el desgano de Emile, la mascota,
que apenas levanta la cabeza para verlo subir saltando de a dos los escalones,
en el espejo la mueca de Régine se desdibuja,
él entra, toma las llaves y en un giro emprende la vuelta,
cuando, al pie de la escalera un impulso lo detiene.
En vilo un instante eterno.
El silencio, por sobre sus miradas, admite el desencuentro.
Baja.
Cerrando la puerta oye un descolorido: "Te llamo al mediodía".
Para Thomas ya no es rutina,
hasta el coche lo siguió la estela de un perfume cuya fragancia, siente, no es para él.
Ya no es rutina,
Régine alza el gato en sus brazos, toma asiento en el sillón,
y se sumerge en el fuego del hogar.
La casa está en una región alta,
desde el dormitorio se alcanza a ver el río,
es amplia, y su refinado estilo le ha logrado un espíritu propio.
Son las nueve, Thomas repasa la agenda mientras guarda documentos en el portafolios.
Edith, con su habitual esmero,
prepara tostadas y dispone en la mesa dulces y otras delicias,
aunque desde hace algunas semanas, Régine, la señora de la casa, cambió su costumbre,
ahora, temprano, se da una ducha, baja a saludar y por unos sorbos de café,
y vuelve al cuarto a untarse cosméticos y aceite para la piel.
Las migas esparcidas y el café au lait abandonado en la taza por el apuro en salir
completan el paisaje de una rutina con estimulantes y poco descanso;
un rato despues de haberse ido, Thomas vuelve a buscar un juego de llaves,
su prisa contrasta con el desgano de Emile, la mascota,
que apenas levanta la cabeza para verlo subir saltando de a dos los escalones,
en el espejo la mueca de Régine se desdibuja,
él entra, toma las llaves y en un giro emprende la vuelta,
cuando, al pie de la escalera un impulso lo detiene.
En vilo un instante eterno.
El silencio, por sobre sus miradas, admite el desencuentro.
Baja.
Cerrando la puerta oye un descolorido: "Te llamo al mediodía".
Para Thomas ya no es rutina,
hasta el coche lo siguió la estela de un perfume cuya fragancia, siente, no es para él.
Ya no es rutina,
Régine alza el gato en sus brazos, toma asiento en el sillón,
y se sumerge en el fuego del hogar.
Mientras velaba que te quería, de Gisela Vanesa Mancuso
VER-SOS TRADUCIDOS (Fragmento) XVI
Le guiñan un ojo verde,
verde musgo esmeralda.
Y uno negro mármol mate,
negro terco ónix,
pero desea el tic nervioso
de esos miel piedra de luna.
Lo quiere,
{[(te quiero)]},
no por las veces que se han visto,
ni siquiera por las pocas en que se han mirado;
simplemente
por esa puesta en vértigo de unos segundos,
por esa unción de niños sin barricadas,
y después,
y después,
siempre después, los ojos,
{[(tus ojos)]}
piedras de lunas carrasposas,
fatigados de viento y rocío,
temerosos del sol que arde.
Temeroso del sol
que arde
en la telaraña,
coral
de corales,
abismos de tu mirada blanca.
VER-SOS TRADUCIDOS (Fragmento) XVI
Le guiñan un ojo verde,
verde musgo esmeralda.
Y uno negro mármol mate,
negro terco ónix,
pero desea el tic nervioso
de esos miel piedra de luna.
Lo quiere,
{[(te quiero)]},
no por las veces que se han visto,
ni siquiera por las pocas en que se han mirado;
simplemente
por esa puesta en vértigo de unos segundos,
por esa unción de niños sin barricadas,
y después,
y después,
siempre después, los ojos,
{[(tus ojos)]}
piedras de lunas carrasposas,
fatigados de viento y rocío,
temerosos del sol que arde.
Temeroso del sol
que arde
en la telaraña,
coral
de corales,
abismos de tu mirada blanca.
De negro. Sucede
De velo negro, los dos.
Diez pasos el espacio
se adivinan, tropiezan
alma sonrojada
sonrisa a destiempo
Tan húmedo, manso
el aire en que se rozan
las manos sin mirar,
los labios sin mirar,
bosquejo de la noche que va
y permanece
De la mano, la voz leve:
sí, pero me engaño bien,
sí, pero no lloro y me muero
En un abrazo, el susurro:
no, pero lo sabe,
no, pero rezo cada día
¡Hay más!
Hay tanto más,
sin embargo, una palabra alcanza,
una palabra... que se rinde,
porque sucede
De velo negro, los dos.
Diez pasos el espacio
se adivinan, tropiezan
alma sonrojada
sonrisa a destiempo
Tan húmedo, manso
el aire en que se rozan
las manos sin mirar,
los labios sin mirar,
bosquejo de la noche que va
y permanece
De la mano, la voz leve:
sí, pero me engaño bien,
sí, pero no lloro y me muero
En un abrazo, el susurro:
no, pero lo sabe,
no, pero rezo cada día
¡Hay más!
Hay tanto más,
sin embargo, una palabra alcanza,
una palabra... que se rinde,
porque sucede
El Amor, de Manuel Mujica Lainez
El Amor cambia sus disfraces.
El Amor juega a la galantería,
con antiguas palabras,
el Amor se reclina, melancólico,
entre sauces y columnas,
hace bromas, se burla de los celos,
se encrespa, teatral, en el humo de los celos,
multiplica los cálculos,
los engaños, las promesas,
los juramentos gloriosos,
se desmaya ¡ay! se desmaya
y compone admirables escenas,
mientras espía, bajo los párpados entreabiertos,
sutiles;
también escribe cartas sin fin y sin sentido,
con una larga pluma;
rompe papeles,
rompe muchos retratos;
besa retratos,
besa la punta de los dedos;
besa la sombra,
se acoda en las esquinas, con traje de compadrito;
se alza en los balcones de las fiestas sonoras,
con un traje de tul.
Cambia disfraces.
Cambia incontables disfraces.
Y en los solitarios momentos supremos,
el Amor es un gran tigre herido,
que va entre los juncos de la noche,
sangrando.
El Amor cambia sus disfraces.
El Amor juega a la galantería,
con antiguas palabras,
el Amor se reclina, melancólico,
entre sauces y columnas,
hace bromas, se burla de los celos,
se encrespa, teatral, en el humo de los celos,
multiplica los cálculos,
los engaños, las promesas,
los juramentos gloriosos,
se desmaya ¡ay! se desmaya
y compone admirables escenas,
mientras espía, bajo los párpados entreabiertos,
sutiles;
también escribe cartas sin fin y sin sentido,
con una larga pluma;
rompe papeles,
rompe muchos retratos;
besa retratos,
besa la punta de los dedos;
besa la sombra,
se acoda en las esquinas, con traje de compadrito;
se alza en los balcones de las fiestas sonoras,
con un traje de tul.
Cambia disfraces.
Cambia incontables disfraces.
Y en los solitarios momentos supremos,
el Amor es un gran tigre herido,
que va entre los juncos de la noche,
sangrando.
Sábado de sol
Nos ciega. Sonrisas ciertas
yendo volviendo de lo irreal
cuando es mía la ilusión
tuyo el entusiasmo
melodía bajo de sol
La luz nos ciega los días
salimos a caminar, sin saber
sin mirarnos a los ojos
sin percibir que el sueño oculta una sensación
¿Qué harás cuando estes muerto?
Jugar con las palabras, respondí
Entonces me quedaré sentado
jugando con palabras
sabiendo que ese día oculto
llegarán tus manos,
mirarnos a los ojos,
balada bajo el sol
sonriendo, sin saber
Nos ciega. Sonrisas ciertas
yendo volviendo de lo irreal
cuando es mía la ilusión
tuyo el entusiasmo
melodía bajo de sol
La luz nos ciega los días
salimos a caminar, sin saber
sin mirarnos a los ojos
sin percibir que el sueño oculta una sensación
¿Qué harás cuando estes muerto?
Jugar con las palabras, respondí
Entonces me quedaré sentado
jugando con palabras
sabiendo que ese día oculto
llegarán tus manos,
mirarnos a los ojos,
balada bajo el sol
sonriendo, sin saber
Amigos de la palabra
Las ví en un árbol escondidas en el hueco de la corteza.
Estaban la A, la E y la U, acurrucadas, entrelazadas buscando abrigarse.
Un amigo al que hace rato no veía, me contó por teléfono que logró hablar con la I;
le dijo que se siente decepcionada y que busca amparo
para protegerse del viento y la lluvia.
La I le dijo que no tiene inconvenientes en ir a un libro,
donde a pesar de la inmovilidad logra transmitir sensaciones,
pero que su deseo es reencontrarse con el aire cálido cuando alguien la nombra,
la canta o la escupe en un grito de bronca y llanto,
que quisiera volver a sentir su sonido deformado en la voz gutural de un sueño.
Hace poco, durante unos días de descanso en las sierras, comencé a caminar,
subí un cerro y cuando estuve bien alto,
de pronto me detuve porque noté que no estaba solo,
sentí que alguien me observaba.
Eran letras, muchísimas, y palabras, oí su murmullo en las laderas, en los abismos,
logré sentirlas en el sonido del viento, en el trino de los pájaros.
Luego, de vuelta en mi barrio,
volví a aquel árbol y en esa corteza ví aquellas mismas vocales
unidas a símbolos de otros idiomas.
Estaba claro que buscaban desesperadamente expresarse.
Mi amigo me contó que la I le dijo que la palabra que más extraña es: sí.
Yo le conté que logré conversar largo rato con la O, que está en otro árbol,
quien me dijo que añora el monosílabo: no.
Un artículo publicado en el diario cuenta que siete de cada diez parejas,
se saludan al despertar y también a la noche antes de dormir,
y que el resto del día no logran otra comunicación; entonces,
comprendí a las letras: escaparon, huyeron de la cobardía de sus dueños,
se negaron a morir sin uso y se fueron en busca de la felicidad.
Algunas, aunque solitarias, lograron adaptarse sin resentimiento en la naturaleza;
otras, se refugiaron en los arboles de la ciudad y a menudo, espiando,
ven pasar hombres y mujeres sin expresión siquiera en sus miradas.
Con mi amigo sentimos que teníamos que hacer algo, nos reunimos anoche,
al rato de conversar notamos que es más complejo de lo que pensabamos,
pero no nos embarullamos, por el contrario, agendamos ideas,
discutimos entusiasmados, a los gritos, cómo aplicarlas en el barrio,
armar carteles, fundar una radio, guirnaldas en la biblioteca, ir casa por casa.
Luego nos calmamos, conversamos de bueyes perdidos hasta muy tarde,
nos emborrachamos, y cantamos hasta que el sueño nos venció.
Es un inicio.
Las ví en un árbol escondidas en el hueco de la corteza.
Estaban la A, la E y la U, acurrucadas, entrelazadas buscando abrigarse.
Un amigo al que hace rato no veía, me contó por teléfono que logró hablar con la I;
le dijo que se siente decepcionada y que busca amparo
para protegerse del viento y la lluvia.
La I le dijo que no tiene inconvenientes en ir a un libro,
donde a pesar de la inmovilidad logra transmitir sensaciones,
pero que su deseo es reencontrarse con el aire cálido cuando alguien la nombra,
la canta o la escupe en un grito de bronca y llanto,
que quisiera volver a sentir su sonido deformado en la voz gutural de un sueño.
Hace poco, durante unos días de descanso en las sierras, comencé a caminar,
subí un cerro y cuando estuve bien alto,
de pronto me detuve porque noté que no estaba solo,
sentí que alguien me observaba.
Eran letras, muchísimas, y palabras, oí su murmullo en las laderas, en los abismos,
logré sentirlas en el sonido del viento, en el trino de los pájaros.
Luego, de vuelta en mi barrio,
volví a aquel árbol y en esa corteza ví aquellas mismas vocales
unidas a símbolos de otros idiomas.
Estaba claro que buscaban desesperadamente expresarse.
Mi amigo me contó que la I le dijo que la palabra que más extraña es: sí.
Yo le conté que logré conversar largo rato con la O, que está en otro árbol,
quien me dijo que añora el monosílabo: no.
Un artículo publicado en el diario cuenta que siete de cada diez parejas,
se saludan al despertar y también a la noche antes de dormir,
y que el resto del día no logran otra comunicación; entonces,
comprendí a las letras: escaparon, huyeron de la cobardía de sus dueños,
se negaron a morir sin uso y se fueron en busca de la felicidad.
Algunas, aunque solitarias, lograron adaptarse sin resentimiento en la naturaleza;
otras, se refugiaron en los arboles de la ciudad y a menudo, espiando,
ven pasar hombres y mujeres sin expresión siquiera en sus miradas.
Con mi amigo sentimos que teníamos que hacer algo, nos reunimos anoche,
al rato de conversar notamos que es más complejo de lo que pensabamos,
pero no nos embarullamos, por el contrario, agendamos ideas,
discutimos entusiasmados, a los gritos, cómo aplicarlas en el barrio,
armar carteles, fundar una radio, guirnaldas en la biblioteca, ir casa por casa.
Luego nos calmamos, conversamos de bueyes perdidos hasta muy tarde,
nos emborrachamos, y cantamos hasta que el sueño nos venció.
Es un inicio.
Muebles “El Canario”, de Felisberto Hernández
La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido.
Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar cercano y no había querido enterarme
de lo que ocurriera en la ciudad.
Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa.
Volvía a mi pieza más bien temprano
y un poco malhumorado por lo que me había ocurrido en el tranvía.
Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que daba al pasillo.
Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire,
pues mi camisa era de manga corta.
Entre las personas que andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:
-Con su permiso, por favor...
Y yo respondí con rapidez:
-Es de usted.
Pero no sólo no comprendí lo que pasaba sino que me asusté.
En ese instante ocurrieron muchas cosas.
La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso,
y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que no sé por qué
creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir "es de usted"
ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras.
Al mismo tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:
-Después a mí.
Yo debo haber hecho un movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
-¡Ah!, lo voy a lastimar... quieto un...
Pronto sacó la jeringa en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara.
Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida.
A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de resorte.
Entonces leí las letras amarillas que había a lo largo del tubo: Muebles "El Canario".
Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme
al otro día por los diarios. Pero apenas bajé del tranvía pensé:
"No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles
si realmente se trata de una propaganda."
Sin embargo,
yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso.
De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga.
Antes de dormirme
pensé que a lo mejor habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar.
Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito.
No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido que nos llega de afuera.
Era anormal como una enfermedad nueva; pero también había un matiz irónico;
como si la enfermedad se sintiera contenta y se hubiera puesto a cantar.
Estas sensaciones pasaron rápidamente y en seguida apareció algo más concreto:
oí sonar en mi cabeza una voz que decía:
-Hola, hola; transmite difusora "El Canario"... hola, hola, audición especial.
Las personas sensibilizadas para estas transmisiones... etc., etc.
Todo esto lo oía de pie, descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz;
había dado un salto y me había quedado duro en ese lugar;
parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza.
Me volví a tirar en la cama y por último me decidí a esperar.
Ahora estaban pasando indicaciones
a propósito de los pagos en cuotas de los muebles "El Canario". Y de pronto dijeron:
-Como primer número se transmitirá el tango...
Desesperado, me metí debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad,
pues la cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi cabeza.
En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación; esto me aliviaba un poco
pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia.
Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama
volví a oír el tango con más nitidez.
Al rato me encontraba en la calle:
buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza.
Pensé comprar un diario, informarme de la dirección de la radio
y preguntar qué habría que hacer para anular el efecto de la inyección.
Pero vino un tranvía y lo tomé.
A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado
y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora;
pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa;
le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales.
Fui hasta allí y le pregunté
qué había que hacer para anular el efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora.
Él me miró asombrado y dijo:
-¿No le agrada la transmisión?
-Absolutamente.
-Espere unos momentos y empezará una novela en episodios.
-Horrible -le dije.
Él siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango.
Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo:
-Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas "El Canario".
Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto.
-¡Pero ahora todas las farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco!
En ese instante oí anunciar:
-Y ahora transmitiremos una poesía titulada "Mi sillón querido",
soneto compuesto especialmente para los muebles "El Canario".
Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
-Yo voy a arreglar su asunto de otra manera.
Le cobraré un peso porque le veo cara honrada.
Si usted me descubre pierdo el empleo,
pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas.
Yo le apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
-Venga el peso.
Y después que se lo di agregó:
-Dese un baño de pies bien caliente.
La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido.
Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar cercano y no había querido enterarme
de lo que ocurriera en la ciudad.
Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa.
Volvía a mi pieza más bien temprano
y un poco malhumorado por lo que me había ocurrido en el tranvía.
Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que daba al pasillo.
Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire,
pues mi camisa era de manga corta.
Entre las personas que andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:
-Con su permiso, por favor...
Y yo respondí con rapidez:
-Es de usted.
Pero no sólo no comprendí lo que pasaba sino que me asusté.
En ese instante ocurrieron muchas cosas.
La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso,
y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que no sé por qué
creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir "es de usted"
ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras.
Al mismo tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:
-Después a mí.
Yo debo haber hecho un movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
-¡Ah!, lo voy a lastimar... quieto un...
Pronto sacó la jeringa en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara.
Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida.
A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de resorte.
Entonces leí las letras amarillas que había a lo largo del tubo: Muebles "El Canario".
Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme
al otro día por los diarios. Pero apenas bajé del tranvía pensé:
"No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles
si realmente se trata de una propaganda."
Sin embargo,
yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso.
De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga.
Antes de dormirme
pensé que a lo mejor habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar.
Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito.
No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido que nos llega de afuera.
Era anormal como una enfermedad nueva; pero también había un matiz irónico;
como si la enfermedad se sintiera contenta y se hubiera puesto a cantar.
Estas sensaciones pasaron rápidamente y en seguida apareció algo más concreto:
oí sonar en mi cabeza una voz que decía:
-Hola, hola; transmite difusora "El Canario"... hola, hola, audición especial.
Las personas sensibilizadas para estas transmisiones... etc., etc.
Todo esto lo oía de pie, descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz;
había dado un salto y me había quedado duro en ese lugar;
parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza.
Me volví a tirar en la cama y por último me decidí a esperar.
Ahora estaban pasando indicaciones
a propósito de los pagos en cuotas de los muebles "El Canario". Y de pronto dijeron:
-Como primer número se transmitirá el tango...
Desesperado, me metí debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad,
pues la cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi cabeza.
En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación; esto me aliviaba un poco
pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia.
Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama
volví a oír el tango con más nitidez.
Al rato me encontraba en la calle:
buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza.
Pensé comprar un diario, informarme de la dirección de la radio
y preguntar qué habría que hacer para anular el efecto de la inyección.
Pero vino un tranvía y lo tomé.
A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado
y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora;
pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa;
le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales.
Fui hasta allí y le pregunté
qué había que hacer para anular el efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora.
Él me miró asombrado y dijo:
-¿No le agrada la transmisión?
-Absolutamente.
-Espere unos momentos y empezará una novela en episodios.
-Horrible -le dije.
Él siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango.
Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo:
-Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas "El Canario".
Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto.
-¡Pero ahora todas las farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco!
En ese instante oí anunciar:
-Y ahora transmitiremos una poesía titulada "Mi sillón querido",
soneto compuesto especialmente para los muebles "El Canario".
Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
-Yo voy a arreglar su asunto de otra manera.
Le cobraré un peso porque le veo cara honrada.
Si usted me descubre pierdo el empleo,
pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas.
Yo le apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
-Venga el peso.
Y después que se lo di agregó:
-Dese un baño de pies bien caliente.
Epílogo del espectáculo "De Amores & De Hombres", de Néstor De Giobbi,
en el que representamos las obras
"Cumbia Morena Cumbia", de Mauricio Kartun y "Príncipe Azul", de Eugenio Griffero
Las cañas
Sin aire. Parecía fuego el aire.
Juan y Gustavo tenían todo listo para un periplo de tres mojones: río, selva y lago,
un viaje que habían planeado como una misión secreta y
deseaban transitarlo con la elegancia de un actor yendo a proscenio.
Partieron muy temprano en busca del tesoro: las cañas.
Con más de tres horas remando, ya en las puertas de la selva
el sol penetraba cada poro de la piel.
Se abrieron paso entre la maleza, Juan blandía un machete tan versátil como el de Rambo, Gustavo, flameaba la faca de un guerrero gurka, armas que les valieron para
deshacerse de víboras y alimañas.
Soportaron el calor sofocante y también un mareo que les hizo dudar de semejante aventura,
pero bastó una simple mirada... para saber que contaban el uno con el otro.
Tras la agobiante jornada de varios kilómetros,
decidieron esperar el ánimo de un nuevo día para encarar el asalto final.
Ubicaron un lugar seguro para cenar y pasar la noche... juntos.
Al amanecer el canto de los pájaros fue la invitación ideal para desplegar el mantel y
disfrutar un delicioso desayuno continental, a orillas del lago.
Luego reunieron sus pertrechos y se lanzaron al bote,
solo media hora para otra vez continuar en tierra,
al promediar la caminata se detuvieron por agua fresca y para chequear el mapa.
Fue allí que escucharon el ritmo de una cumbia
que les quitó el cansancio y deprisa reanudaron entre bailando y corriendo,
con la certeza del camino correcto.
Al salir de la zona de árboles, efectivamente, allí estaban:
el horizonte atestado de cañas,
corrieron hacia la plantación... tomados de la mano
sin imaginar que frente al imponente portal la emoción se derrumbaría ante lo inesperado:
decenas de voluptuosas mujeres armadas con lanzas se antepusieron amenazantes;
ellos intentaron dialogar pero no hubo caso,
esas hembras pintadas golpeaban las lanzas contra el piso
y sus gritos cedieron a murmullo, solo cuando dos hombres aparecieron entre ellas.
Las mujeres se dispusieron en filas paralelas en ceremonia de tambor,
marcando el paso de los jefes que se presentaron como: Rulo y Willy.
Gustavo y Juan comprendieron que estaban ante lo más difícil:
convencer a ambos dueños de la aldea para que les vendieran las cañas,
y obviamente, salir con vida.
Propusieron entonces un diálogo cordial, amistoso, y sin ahondar en detalles
les informaron que necesitaban las cañas por ser de vital importancia en su proyecto teatral,
sin las cuales, no podrían siquiera empezarlo.
Rulo y Willy atentos a esa necesidad, aprovecharon para sacar partido de la situación
y pergeñaron un plan para concretar al fin, un sueño de veinte años:
reencontrarse con los amores de su juventud.
Entonces la hospitalidad hacia los visitantes fue abrumadora,
decidieron una cena en su honor,
hubo baile con las mujeres, y Willy, gran bailarín y el galán de todas,
las sedujo con nuevos pasos de cumbia bailando con cada una de ellas.
Los cuatro hombres alrededor del fogón, fumaron y bebieron hasta entrada la madrugada y cuando parecía que el jolgorio y el vino habían vencido la resistencia de los jefes,
éstos se levantaron repentinamente, dijeron que no aceptarían dinero
e impusieron condiciones indeclinables para entregar las cañas.
Willy afirmó que solo entregaría las cañas, a cambio de que le trajeran las minas de Belgrano.
Rulo sentenció que si no le llevaban a Marita, los desterraría desnudos.
Los expedicionarios quedaron perplejos y se apartaron para analizar alguna alternativa.
Finalmente,
se acercaron a los jerarcas y les informaron que aceptaban el trato y lo cumplirían.
Al día siguiente
volvieron con una mujer de nombre Mara, a quien en su barrio, Tropezon, llamaban: Marita,
y llevaron también diez señoras de jovenes sesenta años, rubias de curvas pronunciadas,
oriundas de Belgrano y aledaños.
Los jefes saltaron de alegría, no podían salir de su asombro,
y así, en pleno éxtasis, dispusieron la inmediata entrega de las cañas.
Juan y Gustavo cargaron su tesoro y soltaron amarras en busca de su destino;
pero en la aldea el festejo no duró mucho,
Rulo enseguida descubrió que esa mujer que le habían llevado, no era su Marita;
y Willy fue víctima de la rebelión de las morenas que reaccionaron celosas
por la intromisión de las borregas de Belgrano.
En medio del caos, gritos y persecuciones, las veteranas rubias y Marita
lograron escapar en canoa.
Rulo, golpeado por la desilusión, salió del poblado caminando lentamente,
descalzo, se alejó y no volvió.
Días más tarde su cuerpo fue encontrado por un grupo ecologista,
no registraba signos de ataque,
el gesto de su rostro indicaría que murió de tristeza.
En tanto Willy, fue abusado por las insaciables jóvenes de la aldea
que se vengaron hasta secar sus testiculos, lo ataron y
sufrió el dolor de la tortura al escuchar durante meses
el son de la cumbia morena, sin poder bailar.
Al poco tiempo la historia se hizo famosa, otros aventureros lo buscaron
pero nunca dieron con él.
Los que lograron gran acogida y repercusión teatral
fueron Juan y Gustavo en su gira europea,
y llegando hasta Moscú!
Ya en viaje de vuelta en un crucero,
el éxito continúa con más funciones,
de blanco, con insignia azul,
en medio del mar.
Juan y Gustavo tenían todo listo para un periplo de tres mojones: río, selva y lago,
un viaje que habían planeado como una misión secreta y
deseaban transitarlo con la elegancia de un actor yendo a proscenio.
Partieron muy temprano en busca del tesoro: las cañas.
Con más de tres horas remando, ya en las puertas de la selva
el sol penetraba cada poro de la piel.
Se abrieron paso entre la maleza, Juan blandía un machete tan versátil como el de Rambo, Gustavo, flameaba la faca de un guerrero gurka, armas que les valieron para
deshacerse de víboras y alimañas.
Soportaron el calor sofocante y también un mareo que les hizo dudar de semejante aventura,
pero bastó una simple mirada... para saber que contaban el uno con el otro.
Tras la agobiante jornada de varios kilómetros,
decidieron esperar el ánimo de un nuevo día para encarar el asalto final.
Ubicaron un lugar seguro para cenar y pasar la noche... juntos.
Al amanecer el canto de los pájaros fue la invitación ideal para desplegar el mantel y
disfrutar un delicioso desayuno continental, a orillas del lago.
Luego reunieron sus pertrechos y se lanzaron al bote,
solo media hora para otra vez continuar en tierra,
al promediar la caminata se detuvieron por agua fresca y para chequear el mapa.
Fue allí que escucharon el ritmo de una cumbia
que les quitó el cansancio y deprisa reanudaron entre bailando y corriendo,
con la certeza del camino correcto.
Al salir de la zona de árboles, efectivamente, allí estaban:
el horizonte atestado de cañas,
corrieron hacia la plantación... tomados de la mano
sin imaginar que frente al imponente portal la emoción se derrumbaría ante lo inesperado:
decenas de voluptuosas mujeres armadas con lanzas se antepusieron amenazantes;
ellos intentaron dialogar pero no hubo caso,
esas hembras pintadas golpeaban las lanzas contra el piso
y sus gritos cedieron a murmullo, solo cuando dos hombres aparecieron entre ellas.
Las mujeres se dispusieron en filas paralelas en ceremonia de tambor,
marcando el paso de los jefes que se presentaron como: Rulo y Willy.
Gustavo y Juan comprendieron que estaban ante lo más difícil:
convencer a ambos dueños de la aldea para que les vendieran las cañas,
y obviamente, salir con vida.
Propusieron entonces un diálogo cordial, amistoso, y sin ahondar en detalles
les informaron que necesitaban las cañas por ser de vital importancia en su proyecto teatral,
sin las cuales, no podrían siquiera empezarlo.
Rulo y Willy atentos a esa necesidad, aprovecharon para sacar partido de la situación
y pergeñaron un plan para concretar al fin, un sueño de veinte años:
reencontrarse con los amores de su juventud.
Entonces la hospitalidad hacia los visitantes fue abrumadora,
decidieron una cena en su honor,
hubo baile con las mujeres, y Willy, gran bailarín y el galán de todas,
las sedujo con nuevos pasos de cumbia bailando con cada una de ellas.
Los cuatro hombres alrededor del fogón, fumaron y bebieron hasta entrada la madrugada y cuando parecía que el jolgorio y el vino habían vencido la resistencia de los jefes,
éstos se levantaron repentinamente, dijeron que no aceptarían dinero
e impusieron condiciones indeclinables para entregar las cañas.
Willy afirmó que solo entregaría las cañas, a cambio de que le trajeran las minas de Belgrano.
Rulo sentenció que si no le llevaban a Marita, los desterraría desnudos.
Los expedicionarios quedaron perplejos y se apartaron para analizar alguna alternativa.
Finalmente,
se acercaron a los jerarcas y les informaron que aceptaban el trato y lo cumplirían.
Al día siguiente
volvieron con una mujer de nombre Mara, a quien en su barrio, Tropezon, llamaban: Marita,
y llevaron también diez señoras de jovenes sesenta años, rubias de curvas pronunciadas,
oriundas de Belgrano y aledaños.
Los jefes saltaron de alegría, no podían salir de su asombro,
y así, en pleno éxtasis, dispusieron la inmediata entrega de las cañas.
Juan y Gustavo cargaron su tesoro y soltaron amarras en busca de su destino;
pero en la aldea el festejo no duró mucho,
Rulo enseguida descubrió que esa mujer que le habían llevado, no era su Marita;
y Willy fue víctima de la rebelión de las morenas que reaccionaron celosas
por la intromisión de las borregas de Belgrano.
En medio del caos, gritos y persecuciones, las veteranas rubias y Marita
lograron escapar en canoa.
Rulo, golpeado por la desilusión, salió del poblado caminando lentamente,
descalzo, se alejó y no volvió.
Días más tarde su cuerpo fue encontrado por un grupo ecologista,
no registraba signos de ataque,
el gesto de su rostro indicaría que murió de tristeza.
En tanto Willy, fue abusado por las insaciables jóvenes de la aldea
que se vengaron hasta secar sus testiculos, lo ataron y
sufrió el dolor de la tortura al escuchar durante meses
el son de la cumbia morena, sin poder bailar.
Al poco tiempo la historia se hizo famosa, otros aventureros lo buscaron
pero nunca dieron con él.
Los que lograron gran acogida y repercusión teatral
fueron Juan y Gustavo en su gira europea,
y llegando hasta Moscú!
Ya en viaje de vuelta en un crucero,
el éxito continúa con más funciones,
de blanco, con insignia azul,
en medio del mar.
El Lugar
Una ambulancia, el choque había sido muy fuerte y sin señales desde adentro, solo había ansiedad.
Mientras la policía y bomberos trabajaban, los curiosos competían narrando distintas versiones.
Lograron destrabar la chapa y salió tosiendo hasta la vereda,
el médico asombrado corrió a atenderla,
no era lógico alguien ileso en semejante escenario.
el médico asombrado corrió a atenderla,
no era lógico alguien ileso en semejante escenario.
Estaba dicho, la atmósfera de humo gris contenía el milagro de su nombre,
fue uno de esos sustos que lleva a redescubrir la felicidad de las cosas simples.
Más tarde, en casa, se sentó a la mesa familiar, cenó, y entre caricias y rezos se entregó a Morfeo.
Finalmente se decidió, fue a la estación y sacó el boleto.
Ya en el barrio, dando la vuelta manzana ve algunas casas pintadas de otro color,
siente el aroma de la fruta fresca de la feria, cuando, al llegar a esa cuadra entrañable,
lo ve pasar caminando. ¿Lo ve pasar?
Observa que aún lleva ese signo, esa delgadez que mostraba
a los varones de la época como a un Dios altivo.
Lo pierde en la esquina, entonces apura el paso para verlo más de cerca.
Era la casa de altos, en Flores,
utopía sin pausa
en manos que surcaron mares hasta el Big Bang,
del nuevo cielo ella es el Angel,
cobija al mundo sin claudicar.
De vuelta al lugar del vals, allí donde las cosas simples,
la esperará siempre esa risa que sorprende
su mirada trae al presente aquello que quiera ver,
siempre por la tarde, más precisamente,
con el runrún del tren.
Sábado de sol
Nos ciega. Sonrisas ciertas
yendo volviendo de lo irreal
cuando es mía la ilusión
tuyo el entusiasmo
melodía bajo de sol
La luz ciega los días
salimos a caminar, sin saber
sin mirarnos a los ojos
sin percibir que el sueño oculta una sensación
¿Qué harás cuando estes muerto?
Jugar con las palabras, respondí
Entonces me quedaré sentado
jugando con palabras
sabiendo que ese día oculto
llegarán tus manos,
mirarnos a los ojos,
balada bajo el sol
sonriendo, sin saber
Nos ciega. Sonrisas ciertas
yendo volviendo de lo irreal
cuando es mía la ilusión
tuyo el entusiasmo
melodía bajo de sol
La luz ciega los días
salimos a caminar, sin saber
sin mirarnos a los ojos
sin percibir que el sueño oculta una sensación
¿Qué harás cuando estes muerto?
Jugar con las palabras, respondí
Entonces me quedaré sentado
jugando con palabras
sabiendo que ese día oculto
llegarán tus manos,
mirarnos a los ojos,
balada bajo el sol
sonriendo, sin saber
Rojo
Súbito ardor al crepúsculo
siento murmurar la ausencia
sangre densa, rojo lento
¿acaso el fulgor del alba?
Fría mueca día agrietado
¡Ay, mortal de aura despojado!
cómo hallar mi bulevar añoso
en tan purpúreo confín
Sangre a mis labios,
un planeo de alas blancas
al suspiro trae savia
sin palabra un estertor
Fuego lento desvanece,
una pluma es el augurio
día agrietado, deambulo,
ave blanca que se va
Súbito ardor al crepúsculo
siento murmurar la ausencia
sangre densa, rojo lento
¿acaso el fulgor del alba?
Fría mueca día agrietado
¡Ay, mortal de aura despojado!
cómo hallar mi bulevar añoso
en tan purpúreo confín
Sangre a mis labios,
un planeo de alas blancas
al suspiro trae savia
sin palabra un estertor
Fuego lento desvanece,
una pluma es el augurio
día agrietado, deambulo,
ave blanca que se va
Plastificado sea tu nombre, de Pablo Baico
La mujer sentada del lado de la ventanilla reza el rosario por un celular.
Del otro lado de la línea, Dios coloca una frutilla sola en una vereda.
El edificio antisísmico oscila cuarenta y ocho milímetros mientras el sol
casi se hunde en la línea del horizonte, y dentro del pecho de la chica
la respiración se entrecorta al ver la foto.
Sálvame, seas quien seas, piensan en el fondo del pozo.
La bandera no acaba nunca de ondear y él empieza a bajar de la montaña.
"Luego de finalizar el Salve, oprima la tecla numeral para salir y enviar,
u oprima la tecla asterisco al fin de cualquier Padrenuestro para salir sin enviar".
Colgando del árbol de la vida, movida por la corriente del río debajo,
la túnica a medio rasgar medita en flores por nacer para el día siguiente.
Hunde las monedas en la ranura
y su ansiedad estira las manos hacia el vaso blanco de café;
lo mira como si por dentro lo recorriera el último milagro de la humanidad.
Sálvame, aunque me lleve el pozo por alma, piensan sentados en la sala de espera,
mientras la secretaria azul le marca el bajorrelieve rojo de su futuro al ajedrecista que sonríe.
La pisada, a cuarenta y ocho milímetros de la frutilla sola en la vereda se finge apurada,
pero sus bolsillos no flamean por el peso y él apenas piensa en llegar peinado al ascensor.
Dientes. Muchos dientes. Hay miles de dientes humanos en ese pozo desenterrado
y la mirada de ella semeja la transfiguración de una virgen,
pero su compañera sólo medita en hacer un chiste sobre un odontólogo psicópata
y apaga la linterna de su casco, dejando a oscuras la tapa de la Biblia que comienza
a quemarse en silencio.
La bandera se detiene y el sexo del viento frota su mástil,
pero él calcula mal la piedra y quiere evitarle a sus oídos el sonido del hueso roto.
La sala de espera se vacía y el ajedrecista ya no sonríe pero,
con sus dedos manchados del futuro rojo de la secretaria,
saca una tarjeta personal de su bolsillo que no flamea por el peso.
Alcanza a ver su rostro reflejado en los cristales de cada ojo de ella.
Está despeinado.
"El número solicitado está fuera del área de cobertura". Del otro lado de la línea,
la túnica rasgada florece en frutillas de septiembre y el árbol de la vida tararea
una de Elvis sin saberse la letra del todo.
Apura el último trago de café y mira el fondo del vaso blanco: la borra delinea
la forma del edificio antisísmico cuarenta y ocho minutos antes del derrumbe.
Pero la chica aprieta la foto ahora contra su pecho bañado en arritmia
y él deja el vaso en el cesto de basura de la estación.
Llenan el balde con dientes, muchos dientes, todos dientes humanos,
y su compañera imagina un cine con un balde de pochoclos en su falda,
mientras en la oscuridad de la sala la Biblia sigue ardiendo en el fondo.
La bandera reza, plegada al mástil, un hastío de nieves eternas,
pero él sabe que eso blanco que sobresale de su pierna es el fémur
y que ya no saldrá más de allí.
"Sálvame, lo quieras o no", dice la tarjeta del ajedrecista
y la secretaria siente derretirse todos los cristales del pasado.
Odia la sala de espera vacía como odia el sonido del torno del odontólogo
erizándole el vello de la nuca cuando está en ayunas.
"El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio".
La mujer se levanta, olvida la ventanilla y toca el timbre para bajar.
Dios guarda la túnica ya deshilachada.
Apaga el árbol de la vida sonriéndole a la última luciérnaga.
Vacía el balde de dientes y guarda el río adentro.
En la Biblia, ya el Apocalipsis se está quemando.
La mujer sentada del lado de la ventanilla reza el rosario por un celular.
Del otro lado de la línea, Dios coloca una frutilla sola en una vereda.
El edificio antisísmico oscila cuarenta y ocho milímetros mientras el sol
casi se hunde en la línea del horizonte, y dentro del pecho de la chica
la respiración se entrecorta al ver la foto.
Sálvame, seas quien seas, piensan en el fondo del pozo.
La bandera no acaba nunca de ondear y él empieza a bajar de la montaña.
"Luego de finalizar el Salve, oprima la tecla numeral para salir y enviar,
u oprima la tecla asterisco al fin de cualquier Padrenuestro para salir sin enviar".
Colgando del árbol de la vida, movida por la corriente del río debajo,
la túnica a medio rasgar medita en flores por nacer para el día siguiente.
Hunde las monedas en la ranura
y su ansiedad estira las manos hacia el vaso blanco de café;
lo mira como si por dentro lo recorriera el último milagro de la humanidad.
Sálvame, aunque me lleve el pozo por alma, piensan sentados en la sala de espera,
mientras la secretaria azul le marca el bajorrelieve rojo de su futuro al ajedrecista que sonríe.
La pisada, a cuarenta y ocho milímetros de la frutilla sola en la vereda se finge apurada,
pero sus bolsillos no flamean por el peso y él apenas piensa en llegar peinado al ascensor.
Dientes. Muchos dientes. Hay miles de dientes humanos en ese pozo desenterrado
y la mirada de ella semeja la transfiguración de una virgen,
pero su compañera sólo medita en hacer un chiste sobre un odontólogo psicópata
y apaga la linterna de su casco, dejando a oscuras la tapa de la Biblia que comienza
a quemarse en silencio.
La bandera se detiene y el sexo del viento frota su mástil,
pero él calcula mal la piedra y quiere evitarle a sus oídos el sonido del hueso roto.
La sala de espera se vacía y el ajedrecista ya no sonríe pero,
con sus dedos manchados del futuro rojo de la secretaria,
saca una tarjeta personal de su bolsillo que no flamea por el peso.
Alcanza a ver su rostro reflejado en los cristales de cada ojo de ella.
Está despeinado.
"El número solicitado está fuera del área de cobertura". Del otro lado de la línea,
la túnica rasgada florece en frutillas de septiembre y el árbol de la vida tararea
una de Elvis sin saberse la letra del todo.
Apura el último trago de café y mira el fondo del vaso blanco: la borra delinea
la forma del edificio antisísmico cuarenta y ocho minutos antes del derrumbe.
Pero la chica aprieta la foto ahora contra su pecho bañado en arritmia
y él deja el vaso en el cesto de basura de la estación.
Llenan el balde con dientes, muchos dientes, todos dientes humanos,
y su compañera imagina un cine con un balde de pochoclos en su falda,
mientras en la oscuridad de la sala la Biblia sigue ardiendo en el fondo.
La bandera reza, plegada al mástil, un hastío de nieves eternas,
pero él sabe que eso blanco que sobresale de su pierna es el fémur
y que ya no saldrá más de allí.
"Sálvame, lo quieras o no", dice la tarjeta del ajedrecista
y la secretaria siente derretirse todos los cristales del pasado.
Odia la sala de espera vacía como odia el sonido del torno del odontólogo
erizándole el vello de la nuca cuando está en ayunas.
"El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio".
La mujer se levanta, olvida la ventanilla y toca el timbre para bajar.
Dios guarda la túnica ya deshilachada.
Apaga el árbol de la vida sonriéndole a la última luciérnaga.
Vacía el balde de dientes y guarda el río adentro.
En la Biblia, ya el Apocalipsis se está quemando.
Oliverio Girondo (Fragmento), de Ramon Gómez de la Serna
Una noche, antes de abandonar París, en la terraza del "Napolitano", un señor,
despues de observarlo se le presenta como director artístico de la "Paramount"
y le ofrece el papel de protagonista en un film que habría de desarrollarse en Sierra Morena,
en el que tendría que encarnar a un "contrabandista-violinista", pero Oliverio,
aunque algo perturbado, declina el ofrecimiento con la misma sonrisa
con que ha renunciado a tantas cosas representativas en su vida,
como la secretaría de la embajada en Washington o el nombramiento de académico.
Al pasar por Norteamérica, en su viaje de vuelta,
los niños norteamericanos le preguntaban señalándole la barba:
"¿Pero por qué es usted tan sucio?".
En Buenos Aires su barba es triunfal, gauchesca y flamante
aunque una tarde en una cancha de futbol veinte mil almas comenzaron a gritar:
"¡Chivo! ¡Chivo!", venciéndolas Oliverio con su sonrisa estoica.
En mi primer viaje a Buenos Aires el año 31
recorro con él la ciudad y me doy cuenta de sus misterios,
comprendiendo cómo Oliverio me había anticipado en España,
como legítimo cabecilla literario, la verdad argentina,
dándonos a los españoles la sensación de un país paralelo a la España nueva,
en idéntica lucha por las nuevas formas y los nuevos ritmos.
Por cierto que una noche en el Paseo de Julio despues de un banquete conmemorativo,
Oliverio entra en una de aquellas barberías de dos sillones
y sentándose en uno de ellos dice al barbero:
"¡Pronto, aféiteme la barba!".
Nunca he visto más consternado a un fígaro, pero tampoco lo he visto más digno,
pues se negó a afeitarle y para no ser incorrecto le dijo:
"Si persiste en la idea vuelva mañana".
Una noche, antes de abandonar París, en la terraza del "Napolitano", un señor,
despues de observarlo se le presenta como director artístico de la "Paramount"
y le ofrece el papel de protagonista en un film que habría de desarrollarse en Sierra Morena,
en el que tendría que encarnar a un "contrabandista-violinista", pero Oliverio,
aunque algo perturbado, declina el ofrecimiento con la misma sonrisa
con que ha renunciado a tantas cosas representativas en su vida,
como la secretaría de la embajada en Washington o el nombramiento de académico.
Al pasar por Norteamérica, en su viaje de vuelta,
los niños norteamericanos le preguntaban señalándole la barba:
"¿Pero por qué es usted tan sucio?".
En Buenos Aires su barba es triunfal, gauchesca y flamante
aunque una tarde en una cancha de futbol veinte mil almas comenzaron a gritar:
"¡Chivo! ¡Chivo!", venciéndolas Oliverio con su sonrisa estoica.
En mi primer viaje a Buenos Aires el año 31
recorro con él la ciudad y me doy cuenta de sus misterios,
comprendiendo cómo Oliverio me había anticipado en España,
como legítimo cabecilla literario, la verdad argentina,
dándonos a los españoles la sensación de un país paralelo a la España nueva,
en idéntica lucha por las nuevas formas y los nuevos ritmos.
Por cierto que una noche en el Paseo de Julio despues de un banquete conmemorativo,
Oliverio entra en una de aquellas barberías de dos sillones
y sentándose en uno de ellos dice al barbero:
"¡Pronto, aféiteme la barba!".
Nunca he visto más consternado a un fígaro, pero tampoco lo he visto más digno,
pues se negó a afeitarle y para no ser incorrecto le dijo:
"Si persiste en la idea vuelva mañana".
El preciso momento
Encontrarte.
Mueca del adiós al mirarte
en el presagio de tu origen
Tus ojos en la esencia
que te hace reir
a veces llorar
a veces perdonarte
alguna vez amar,
desafiarte siempre
El momento de inicio del sendero
el momento del abrazo a tu encuentro
a cada paso
el vigor que te anima a honrar
Encontrarte.
Mueca del adiós al mirarte
en el presagio de tu origen
Tus ojos en la esencia
que te hace reir
a veces llorar
a veces perdonarte
alguna vez amar,
desafiarte siempre
El momento de inicio del sendero
el momento del abrazo a tu encuentro
a cada paso
el vigor que te anima a honrar
El lugar del principio, de Enrique Molina
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
La Casita tiene jardín, está en Buenos Aires,
podes llegar... yendo derecho
por el camino del arroba
: lacasita.ba@gmail.com
Desde el principio