Déconcertés

La casa está en una región alta,
desde el dormitorio se alcanza a ver el río,
es amplia, y su refinado estilo le ha logrado un espíritu propio.
Son las nueve, Thomas repasa la agenda mientras guarda documentos en el portafolios.

Edith, con su habitual esmero,
prepara tostadas y dispone en la mesa dulces y otras delicias,
aunque desde hace algunas semanas, Régine, la señora de la casa, cambió su costumbre,
ahora, temprano, se da una ducha, baja a saludar y por unos sorbos de café,
y vuelve al cuarto a untarse cosméticos y aceite para la piel.

Las migas esparcidas y el café au lait abandonado en la taza por el apuro en salir
completan el paisaje de una rutina con estimulantes y poco descanso;
un rato despues de haberse ido, Thomas vuelve a buscar un juego de llaves,
su prisa contrasta con el desgano de Emile, la mascota,
que apenas levanta la cabeza para verlo subir saltando de a dos los escalones,
en el espejo la mueca de Régine se desdibuja,
él entra, toma las llaves y en un giro emprende la vuelta,
cuando, al pie de la escalera un impulso lo detiene.
En vilo un instante eterno.
El silencio, por sobre sus miradas, admite el desencuentro.

Baja.
Cerrando la puerta oye un descolorido: "Te llamo al mediodía".
Para Thomas ya no es rutina,
hasta el coche lo siguió la estela de un perfume cuya fragancia, siente, no es para él.
Ya no es rutina,
Régine alza el gato en sus brazos, toma asiento en el sillón,
y se sumerge en el fuego del hogar.


La Casita tiene jardín, está en Buenos Aires,
podes llegar... yendo derecho

por el camino del arroba
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