Amigos de la palabra

Las ví en un árbol escondidas en el hueco de la corteza.
Estaban la A, la E y la U, acurrucadas, entrelazadas buscando abrigarse.
Un amigo al que hace rato no veía, me contó por teléfono que  logró hablar con la I;
le dijo que se siente decepcionada y que busca amparo 
para protegerse del viento y la lluvia.
La I le dijo que no tiene inconvenientes en ir a un libro,
donde a pesar de la inmovilidad logra transmitir sensaciones,
pero que su deseo es reencontrarse con el aire cálido cuando alguien la nombra,
la canta o la escupe en un grito de bronca y llanto,
que quisiera volver a sentir su sonido deformado en la voz gutural de un sueño.

Hace poco, durante unos días de descanso en las sierras, comencé a caminar,
subí un cerro y cuando estuve bien alto,
de pronto me detuve porque noté que no estaba solo,
sentí que alguien me observaba.
Eran letras, muchísimas, y palabras, oí su murmullo en las laderas, en los abismos,
logré sentirlas en el sonido del viento, en el trino de los pájaros.
Luego, de vuelta en mi barrio,
volví a aquel árbol y en esa corteza ví aquellas mismas vocales
unidas a símbolos de otros idiomas.
Estaba claro que buscaban desesperadamente expresarse.
Mi amigo me contó que la I le dijo que la palabra que más extraña es: sí.
Yo le conté que logré conversar largo rato con la O, que está en otro árbol,
quien me dijo que añora el monosílabo: no.

Un artículo publicado en el diario cuenta que siete de cada diez parejas,
se saludan al despertar y también a la noche antes de dormir,
y que el resto del día no logran otra comunicación; entonces,
comprendí a las letras: escaparon, huyeron de la cobardía de sus dueños,
se negaron a morir sin uso y se fueron en busca de la felicidad.
Algunas, aunque solitarias, lograron adaptarse sin resentimiento en la naturaleza;
otras, se refugiaron en los arboles de la ciudad y a menudo, espiando,
ven pasar hombres y mujeres sin expresión siquiera en sus miradas.

Con mi amigo sentimos que teníamos que hacer algo, nos reunimos anoche,
al rato de conversar notamos que es más complejo de lo que pensabamos,
pero no nos embarullamos, por el contrario, agendamos ideas,
discutimos entusiasmados, a los gritos, cómo aplicarlas en el barrio,
armar carteles, fundar una radio, guirnaldas en la biblioteca, ir casa por casa.
Luego nos calmamos, conversamos de bueyes perdidos hasta muy tarde,
nos emborrachamos, y cantamos hasta que el sueño nos venció.
Es un inicio.

La Casita tiene jardín, está en Buenos Aires,
podes llegar... yendo derecho

por el camino del arroba
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